28 de mayo de 2014

Meditación y escritura: Verde

   ¡Hola, aprendices!

   La página de Mi cuaderno de hoy es algo... mística (?). Me he inspirado en una de esas canciones de meditación, para que os hagáis una idea del tono. He escrito lo que me sugerían los sonidos.
   La idea era meterme en la mente del protagonista de esta historia y plasmar lo que va pensando. El resultado ha sido un relato descriptivo-psicológico-místico-extraño que ojalá disfrutéis. Espero vuestras críticas y opiniones.

-Verde-

¿Dónde estoy? Verde. El suelo está cubierto de musgo; los troncos, lianas y enredaderas se elevan hasta la bóveda vegetal que se yergue sobre mi cabeza. Todo es verde. No sé dónde estoy, no sé a dónde voy.
Algo me acecha. Solo lo intuyo: no puedo escuchar nada porque la humedad y las plantas parecen absorber hasta el aliento. El miedo se apodera de mí, fluye por mis venas; me controla y me inmoviliza para someterme.
De repente una mujer me llama, aunque no la he oído. La escucho desde mi interior mientras se aleja. Corro tras ella y ya no tengo miedo: solo quiero encontrarla. Empiezo a buscarla entre la maleza, entre las hojas y entre las ramas. Está muy oscuro y solo puedo ver verde. No sé dónde está, pero me sigue llamando. Su voz se desliza desde mi interior hacia las profundidades de la espesura.
-¿Dónde estás?, ¿quién eres? —grito hacia el vacío—. ¡Ven aquí, por favor! —le pido—.
Entonces siento el sutil roce de una especie de gasa volátil rozándome la espalda y me giro con él. Me parece distinguir su figura y echo a correr, pero no la alcanzo. Sigo su contorno, sigo su pelo, que se confunde con la gasa de su vestido, y ella también es verde, incluso su voz. Me envuelve con su perfume, con las telas de su vestido, pero yo no la alcanzo. Acelero cada vez más y ella extiende su mano hacia mí, sin girarse. Ya casi la tengo. Casi puedo rozar sus dedos... y desaparece. Freno en seco, observando la pared por la que se ha desvanecido. Ante mí se eleva un muro de hojas y enredaderas a través de las cuales se filtran finos hilos de luz. Doy un paso más hacia él, y sin saber cómo, lo atravieso. Ahí está.
Aguardando, perfecta, se enfrenta a la inmensidad del océano desde lo alto de un acantilado, muy cerca del borde. Su vestido acompaña a la brisa del mar en lo que parece una danza lírica en torno a sus piernas. Trepo por sus caderas y recorro su espalda con mi mirada. El viento ondea sus cabellos y deja entrever su cuello, por el que muero desde que vivo sin siquiera saberlo. Se mueve.
-¿A dónde vas? ¿Cómo te llamas?
Sin mirarme se desliza hacia el precipicio. Extiendo mi brazo rápidamente para impedírselo, pero no logro tocarla. Contemplo estupefacto cómo levita sobre el fondo marino, que ruge bajo sus pies, y mantengo mi brazo extendido, pero ahora no me atrevo a alcanzarla.
En ese instante se gira, poco a poco, etérea y diáfana, y veo, por fin, sus ojos. ¿La ves, lector? Es ella. Doy un paso al frente, la abrazo y, mientras me susurra su nombre, caigo al abismo. ¿Me seguirías para averiguarlo?


26 de mayo de 2014

14 de mayo de 2014

Érase una vez un cuento (I)


¡Hola, aprendices!:
Hoy traigo —¡por fin!— el primer ejercicio literario como tal de Mi cuaderno. Se trata en esta ocasión de un cuento que escribí a los 13 añitos.
Una parte muy importante de la escritura es, sin duda, la corrección. Este cuento lleva en el cajón años, y he considerado que el inicio de este blog podía ser una bonita ocasión para recuperarlo, volver a trabajar en él y presentaros la versión “reciclada”. Espero que lo disfrutéis tanto como yo lo hice hace seis primaveras —y como lo he vuelto a hacer estos últimos días corrigiéndolo, he de confesar—:

Las aventuras de Miau, el ratón

Me llamo Miau y soy un ratón —sí, ya lo sé, parece que es el nombre de un gato pero soy un ratón—. Trabajo para el C.S.R. (Cuerpo de Seguridad de Ratones). Me gusta mi profesión, pero siempre me toca a mí el trabajo sucio. Por ejemplo, hace un par de meses los gatos, nuestros enemigos número uno, nos tendieron una trampa. Pusieron un montón de queso en medio del parque donde habitamos y como no sabíamos si efectivamente era una trampa o no, me mandaron probarlo a mí. Y sí, lo era; así que ahí me tenéis un mes en cama devolviendo queso en mal estado.
Lo bueno de mi trabajo es que me permite vengarme…Cuando me recuperé del queso fui el encargado de idear la operación Vendetta contra los gatos. Se me pasaron muchas ideas por la cabeza, pero decidí aprovechar una de sus grandes debilidades: los ovillos de lana. No sé por qué en cuanto ven uno no pueden evitar ponerse a jugar como si fuesen crías recién nacidas, pero en fin, son gatos. Así que lo que se me ocurrió fue hacer un agujero y taparlo con ramas para que no se notara, y encima coloqué dos ovillos de lana. La misión fue un éxito. Tres gatos cayeron y estuvieron tres días atrapados. Lo mejor es que uno de esos gatos era el que había puesto el queso, y encima era uno de los jefazos. Este ha sido mi mayor éxito sin lugar a dudas. Ahora me consideran uno de los mejores agentes y me han concedido la categoría de agente especial.
Aunque las cosas han ido muy bien desde la operación Vendetta, ahora los gatos han reaccionado y pretenden que luchemos cara a cara. Después de largas reuniones y encuentros les hemos propuesto que se enfrenten solo dos agentes. En teoría deben ser los dos mejores —aunque yo opino que van a ser los más pringados—. Menos mal que yo soy agente especial y no ningún pringadillo de primera línea, porque lo que pretenden los jefes es que los agentes atraviesen un campo de minas y que el ganador se proclame cuando este haya tocado el silbato que habrá al final. No he oído semejante chorrada en mi vida. ¡Un campo de minas! Ningún agente llegaría vivo al final —¡y menos en una carrera!—. Es una misión suicida. Pobres de los pringados a los que les toque competir, pero en fin, las órdenes son las órdenes.

CONTINUARÁ....

¿Te ha gustado, compañer( ) aprendiz? Cuéntame tu opinión en los comentarios y te responderé encantada —tanto si te ha gustado como si no, claro—.

En junio Miau el ratón volverá a pasarse por el blog para contarnos qué ha sido de esos pobres pringadillos de primera línea. Hasta entonces, colorín colorado, este cuento —aún no— se ha acabado.

7 de mayo de 2014

«Nepente/s»

En Mitología, bebida que los dioses usaban para curarse las heridas o calmar dolores, y que además producía olvido, como las aguas del Leteo.

Puedes encontrar esta palabra en el poema El Leteo, de Charles Baudelaire.

3 de mayo de 2014

Desmitificando mitos


¡Saludos, aprendices!:

Hoy inauguramos LA SECCIÓN y, ya que estamos de estreno, me gustaría emplear el texto de esta semana en compartir con vosotros una de las primeras lecciones que he aprendido a la hora de ponerme a escribir esta página del cuaderno:

Escribir no es fácil —ya está, ya lo he dicho—. Por lo general se tiene una visión del escritor como ser iluminado, como ser dotado del don de la palabra que, sin dificultad alguna, es capaz de acumular a su alrededor rimeros de folios —usados, claro— y seguir, y seguir, y seguir escribiendo, por los siglos de los siglos. Yo he tenido que convencerme de que esto es mentira.
Mi tendencia natural hacia lo ideal y lo poético hace que una gran parte de mí se sienta atraída por esa imagen. Siempre he asociado la escritura a la capacidad innata, a la experiencia trascendente, a la máquina de escribir antigua, a la inspiración, a la bohemia, a París. El problema es que si pienso así, no escribo.
Mi realidad es que ni tengo una máquina de escribir antigua, ni vivo en París, ni nada de nada. Simplemente soy una persona a la que le gustaría escribir —ni siquiera me meto en el campo de «ser escritora»—. He escrito algún relato, pero casi siempre ha sido cuando ella me ha visitado, y soy consciente de que pretender que la inspiración me envíe una musa cuando yo quiera, que viva experiencias trascendentales cada día o que las palabras acudan a mi mente de manera casi inconsciente durante un año es, cuanto menos, algo ingenuo por mi parte.
Ante este problema la única solución que se me ocurrió fue cambiar mi visión: el escritor es un currante. Mucho menos interesante, lo sé. Sin embargo, al desmitificar el oficio me ha sido más fácil lanzarme al trabajo. Aunque sigue siendo difícil, ahora depende de mí. Ya no es la inspiración la que tiene que venir, ya no tengo que estar iluminada. Solo tengo que abrir mis sentidos y capturar esas imágenes, personajes e historias que están ahí —en el autobús de vuelta a casa, en la panadería de abajo, en el café del centro—, llegar a mi habitación, encender el flexo y ponerme a currar.




¿Qué pensáis vosotros, aprendices?, ¿sois de la idea del escritor iluminado o del currante?, ¿tenéis algún consejo que queráis compartir?

¡Hasta la próxima!