¡Hola, aprendices!
La página de Mi cuaderno de hoy es algo... mística (?). Me he inspirado en una de esas canciones de meditación, para que os hagáis una idea del tono. He escrito lo que me sugerían los sonidos.
La idea era meterme en la mente del protagonista de esta historia y plasmar lo que va pensando. El resultado ha sido un relato descriptivo-psicológico-místico-extraño que ojalá disfrutéis. Espero vuestras críticas y opiniones.
La idea era meterme en la mente del protagonista de esta historia y plasmar lo que va pensando. El resultado ha sido un relato descriptivo-psicológico-místico-extraño que ojalá disfrutéis. Espero vuestras críticas y opiniones.
-Verde-
¿Dónde estoy? Verde. El suelo está cubierto de musgo; los troncos, lianas y enredaderas se
elevan hasta la bóveda vegetal que se yergue sobre mi cabeza. Todo
es verde. No sé dónde estoy, no sé a dónde voy.
Algo me acecha. Solo lo intuyo: no puedo escuchar nada porque la
humedad y las plantas parecen absorber hasta el aliento. El miedo se apodera de mí, fluye por mis venas; me controla y me
inmoviliza para someterme.
De repente una mujer me llama, aunque no la he oído. La escucho desde mi interior mientras se aleja. Corro
tras ella y ya no tengo miedo: solo quiero encontrarla. Empiezo a buscarla entre la maleza, entre
las hojas y entre las ramas. Está muy oscuro y solo puedo ver verde.
No sé dónde está, pero me sigue llamando. Su voz se desliza desde mi
interior hacia las profundidades de la espesura.
-¿Dónde estás?, ¿quién eres? —grito hacia el vacío—. ¡Ven aquí, por
favor! —le pido—.
Entonces siento el sutil roce de una especie de gasa volátil
rozándome la espalda y me giro con él. Me parece distinguir su
figura y echo a correr, pero no la alcanzo. Sigo su contorno, sigo su
pelo, que se confunde con la gasa de su vestido, y ella también es
verde, incluso su voz. Me envuelve con su perfume, con
las telas de su vestido, pero yo no la alcanzo. Acelero cada vez más
y ella extiende su mano hacia mí, sin girarse. Ya casi la tengo. Casi
puedo rozar sus dedos... y desaparece. Freno en seco, observando la
pared por la que se ha desvanecido. Ante mí se eleva un muro de
hojas y enredaderas a través de las cuales se filtran finos hilos de
luz. Doy un paso más hacia él, y sin saber cómo, lo atravieso. Ahí está.
Aguardando, perfecta, se enfrenta a la inmensidad del océano desde lo alto de un acantilado, muy cerca del borde. Su vestido acompaña
a la brisa del mar en lo que parece una danza lírica en torno a sus
piernas. Trepo por sus caderas y recorro su espalda con mi mirada. El
viento ondea sus cabellos y deja entrever su cuello, por el que muero
desde que vivo sin siquiera saberlo. Se mueve.
-¿A dónde vas? ¿Cómo te llamas?
Sin mirarme se desliza hacia el precipicio. Extiendo mi brazo
rápidamente para impedírselo, pero no logro tocarla.
Contemplo estupefacto cómo levita sobre el fondo marino, que ruge
bajo sus pies, y mantengo mi brazo extendido, pero ahora no me atrevo a
alcanzarla.
En ese instante se gira, poco a poco, etérea y diáfana, y veo, por fin, sus ojos. ¿La ves, lector? Es ella. Doy un paso al frente, la abrazo y, mientras me susurra su nombre, caigo al abismo. ¿Me seguirías para
averiguarlo?