-Pide un deseo-
—¡Pide un deseo, Carlitos!
El niño cerró los ojos con tanta fuerza que su cara entera se arrugó como si fuera un garbancito. Tenía claro lo que quería: «¡un avión, un avión, un avión!». Abrió los ojos y sopló las velas.
—¡Venga, venga, que ahora vienen los regalos!
Carlitos esbozó una gran sonrisa mellada y buscó con la mirada algún paquete que fuera lo suficientemente grande como para contener su avión, aunque todos parecían demasiado pequeños. Estaba convencido de que entonces su avión sería plegable —por lo que molaría mucho más—, así que se apresuró a abrir todos los regalos... Pero no encontró ningún avión.
Se fue a jugar de nuevo con sus amigos arrastrando los pies y cabizbajo, pero su abuelo lo agarró del brazo un segundo y le dijo:
—Haz que se haga realidad, Carlitos —Y miró hacia la pila de cajas vacías que habían quedado de los regalos.
Al nene se le iluminó la cara al entender la idea de su abuelo. ¡Iba a construir un avión! Carlitos pasó la tarde de su octavo cumpleaños construyendo con sus amigos el mejor avión de todos. Buas, molaba un montón. Tenía de todo: la hélice, las alas, el motor, los mandos de control, la cabina del piloto... Todos lo pilotaron y se lo pasaron en grande.
Esa noche los padres de Carlitos se quedaron recogiendo el salón hasta tarde. Había que retirar la mesa, barrer, ordenar los muebles... También tuvieron que despegar dos trozos de cartón pegados a cada lado de una de las sillas. Se rieron al recordar cómo el niño, emocionado, había pronunciado su deseo en voz alta y cómo había captado la idea de su abuelo para que construyera su avión con el cartón. Había sido un día memorable.
(…)
—¡Pide un deseo, Carlos!
Carlos cerró los ojos y pensó «quiero aprender a tocar la guitarra, quiero aprender a tocar la guitarra». Abrió los ojos y sopló las velas.
—¡Bien! ¡Felicidades! —gritaron todos al unísono.
—Toma, hijo, feliz cumpleaños.
Su madre le dio 50 euros. Perfecto, así podría salir las próximas cuatro semanas sin problemas. Metió el billete en su bolsillo, cogió el abrigo y se despidió de todos. Había quedado para celebrar el cumpleaños con sus colegas. Antes de salir su abuelo lo agarró del brazo un segundo y le dijo:
—Haz que se haga realidad, Carlitos.
Carlos esbozó una media sonrisa a su abuelo y se fue a reunirse con sus amigos. Por el camino pasó por una tienda de música y se paró pensativo ante el escaparate. «Oferta: guitarra clásica y funda por 48€». Se metió la mano en el bolsillo y tocó el billete, pero si gastaba ese dinero ahora no tendría más para pagarse la entrada del cine, ni para el resto de salidas del mes, así que retomó su camino y se encontró con sus amigos.
Estaba intranquilo en la cola del cine. La taquilla ya estaba cerca y no dejaba de pensar en la guitarra que había visto en la tienda. Uno de sus amigos le preguntó:
—Tío, ¿qué te pasa? ¿Seguro que quieres que entremos al cine?
Carlos les propuso ir a tomar algo en lugar de meterse a la película. Gastó 1'5€ y se lo pasó en grande charlando con sus colegas y contándoles que por fin pensaba aprender a tocar. A la vuelta entró en la tienda de instrumentos y se compró su guitarra, su funda y una púa. Ese mes Carlos no salió, pero cuando volvió a ver a sus amigos ya podía tocarles el cumpleaños feliz sin mirar la tablatura.
(…)
—¡Pide un deseo, Carlos!
Carlos cerró los ojos y no pudo evitar pensar en ella. Abrió los ojos y sopló las velas.
—Feliz cumpleaños, hijo.
Fueron juntos al sofá y su madre aprovechó para sacar el álbum de fotos familiar. Vieron las fotos de su octavo cumpleaños, las de su primera actuación, las de su graduación en el instituto, las de los primeros años de universidad... Carlos recordó lo fácil que era ser feliz antes, cuando era capaz de construir el mejor avión de todos en una tarde o cuando se pasaba días enteros en su cuarto tocando hasta que sus dedos le dolían. Ahora pasaba las horas en una oficina deseando que llegara el fin de semana para poder hundirse en su carísimo sofá de piel viendo su carísima televisión LED Curve mientras no pensaba en María. Si tuviera el valor de recuperarla... En ese momento apareció una foto de su abuelo y recordó lo que le decía cada año:
—Haz que se haga realidad, Carlitos.
Carlos sonrió. «Gracias, abuelo», pensó. Agarró su chaqueta y salió de casa.