29 de septiembre de 2014

17 de septiembre de 2014

Laocoonte, sus hijos y yo


¡Hola, aprendices!:

Esta semana os traigo un relato basado en la escultura “Laocoonte y sus hijos” y el mito que hay detrás de tan imponente obra. Siempre me ha suscitado algo. La considero una escultura bella, potente, sublime. Me inspira.
Decidí investigar sobre quién era Laocoonte, y así fue cómo descubrí que era un sacerdote troyano que advirtió a los mismos de que no aceptaran el famoso caballo, ya que podía tratarse de una trampa del astuto Ulises. Por una serie de razones, esto encolerizó a Atenea, por lo que envió a las serpientes. Los troyanos aceptaron el caballo pensando que si no lo hacían también serían castigados, y así cayó Troya. ¿Interesante, verdad?
Espero que os guste mi reescritura de una parte del mito. Os espero en los comentarios:

-Laocoonte y sus hijos-

Laocoonte auguraba su destino. Entre gemidos y fríos sudores escuchaba la voz de la diosa Atenea. Estaba furiosa y su inquina se confundía entre letales siseos. El sacerdote presentía el avance viscoso de las serpientes sobre el agua, el imparable reptar hacia sus presas, sus afilados colmillos supurando veneno, sus ardientes ojos sedientos de muerte... Pero no era solo una intuición.
El aullido desesperado de su primogénito lo arrancó de las garras de Morfeo y se precipitó hacia el aposento de sus hijos. La trágica escena sumió al padre estremecido en un profundo horror. Laocoonte presenció a sus niños cubiertos de sangre tratando de escapar del abrazo de los ofidios y contempló las manchas negras de ponzoña en sus carnes, que estaban siendo desgarradas por los reptiles entre gritos de terror y súplicas de clemencia.
–¡Padre, ayúdame! –chilló el menor alargando la mano hacia su padre e intentando clavar sus pequeñas uñas en el frío mármol.
Laocoonte, ciego de ira y dolor, se abalanzó sobre las serpientes con la única ayuda de sus propias manos. El hombre contra las bestias. Una batalla digna y sublime. Cada músculo, cada fibra, cada tendón en tensión participaban en la agonía de un padre que, en su interior, sabía que sus pequeños perecerían con él.
El humano intentaba desprenderse de los anillos escamosos con gran fuerza y valentía, el sacerdote imploraba la intervención divina, pero no habría ayuda ni nepente para él y los suyos, y Laocoonte bramó a los cielos cuando el veneno se inyectó por fin en su costado izquierdo. Con la mirada perdida en la inmensidad del celeste y una lágrima hecha de honor y tormento, el padre se desplomó sobre sus rodillas, rendido y rodeado por los cadáveres de sus hijos. 
Antes de la completa expiración de su existencia, su asesina reptó por su cuerpo, lenta, fría, maligna, y le susurró al oído:
–Troya caerá con vosssotrossss.
        Y, así, murió Laocoonte.




15 de septiembre de 2014

«Parnaso»

(sust.) Conjunto de todos los poetas, o de los de un pueblo o tiempo determinado, en alusión a la mítica morada de Apolo y las Musas. También puede referirse a una colección de poesías de varios autores.

3 de septiembre de 2014

Anagrama de amor


 ¡Hola, aprendices!

Hoy os traigo el fragmento de un relato reciclado. Su versión extendida se titula “Y para ti, la lluvia”, y ya que ayer septiembre nos regaló una tormenta nocturna y el placer de dormirse escuchando el sonido de la lluvia, he decidido publicarlo hoy.
      Es un relato al que le tengo especial cariño por todo lo bueno que me ha traído. Lo presenté hace un par de años al concurso literario de mi instituto y quedé primera, pero no fui la única. Tuve el honor de compartir posición con la que considero una gran escritora y, a partir de entonces, amiga, Carlota I. Lifante Baeza, que presentó su magnífico relato "El hombre que detectaba el aliento de un corazón". Así que ya veis, gané mucho más que un concurso con este relato.
     Esta versión es uno de mis fragmentos favoritos del texto. Ya que no está entero y el final no es el mismo, titularé esta versión “Anagrama de amor”. Espero que os guste:


-Anagrama de amor-

Un café dio paso a una tarde en el cine; una tarde en el cine, a una cena ; y una cena, a un beso. Un beso bajo la lluvia, que había marcado ese invierno con su frío aliento. Fue tan sencillo y a la vez tan complejo como el agua que se evapora del mar hasta finalmente formar grandes nubes en el cielo: simplemente fluyó hasta que alcanzamos un estado de ingravidez tal como el de las nubes, y ahí, flotando, le dije por primera vez que la quería.

Empezó entonces la mejor época de mi vida. Cada día con ella era una aventura nueva. Descubría lugares que no conocía de mi propia ciudad, aprendía de sus historias, de su forma de mirar el mundo, de su forma de sentir...

Recuerdo especialmente aquel onírico verano de 2012. Fuimos de  vacaciones a Roma. El hechizo de su voz, de sus ojos y su pelo brillando bajo la luz del sol dorado, el encanto de la ciudad... No podía ser de otra forma allí, en Roma. Cada tarde caminábamos tanto  como nuestros pies podían soportar mientras veíamos las emblemáticas construcciones romanas o disfrutábamos del mejor gelato que la ciudad nos ofrecía, y sin embargo, lo mejor de aquel viaje fueron, sin lugar a dudas, las noches. Pasamos todas y cada una de las noches sin dormir: hablando. Hablamos con el cuerpo: con las manos, con los labios, con la piel... , hablamos con palabras: hablamos de arte, de viajes, de filosofía, de música, de amor... Me sentía como el sultán Shahriar cuando ella hablaba, cuando hablaba mi propia Sherezade... Para mí, Roma con ella era el anagrama de amor.


Espero que os haya gustado y, si os animáis a comentar, responderé lo antes posible :) Como dije en Y llegó septiembre, retomaré el calendario de publicación habitual dentro de poco. Hasta entonces, aprendices. Un abrazo.


1 de septiembre de 2014

Noticias: Y llegó septiembre


¡Hola, aprendices!:

   1 de septiembre. Sí, el calendario se ha consumido, impasible, inexorable. Resuenan aún los ecos de las olas, del último sorbo de horchata, de la salida de un tren..., pero septiembre ha llegado para quedarse y ya nadie nos devuelve agosto, ni julio, ni junio. Depresión posvacacional lo llaman.

   No obstante, no somos justos con el noveno mes del año. Nuestro pobre septiembre también marca un nuevo comienzo y nos ofrece un abanico de posibilidades . El 1 de enero está bien, pero para mí el 1 de septiembre es mejor. Es el momento de recuperar viejos hábitos, y de inventarse nuevos. Es el momento de retarse, de crear proyectos, de ilusionarse. De empezar.

  Esta aprendiz vuelve eufórica y con ganas de literatura, así que dentro de poco retomaré el calendario de publicación habitual. En cuanto terminen los -aburridos- procesos burocráticos propios de la primera quincena de septiembre a los que he de resignarme, reanudaré las secciones de La palabra de la semana y de La cita de la semana, así que próximamente os espero a la luz del flexo, y ojalá lo encendáis conmigo...

¡Hasta muy pronto!