-Entre luces y sombras-
—Baila conmigo.
Una figura se yergue ante ella y le tiende su mano, invitándola a
bailar. A pesar de que las sombras no le permiten identificar el
rostro de esa voz tan familiar se rinde ante la atracción que ejerce
sobre ella y se levanta. Con un movimiento firme, casi agresivo, la
aproxima hacia su cuerpo y atrapa su cintura con su brazo derecho,
firme; la izquierda sostiene su mano y comienza el baile.
No hay música, solo oscuridad, el sonido de dos respiraciones y el
reflejo de una mirada. Los pasos fluyen, su acompañante la guía con
maestría; la mano sobre su cintura le indica qué hacer en cada
momento: me desplazo hacia allá, ahora un giro, otro más....
De repente, el baile se vuelve violento. Los movimientos son cada vez
más bruscos y las manos de la figura se convierten en garras que la
oprimen.
—Más despacio, por favor -le pide-.
—¡Cállate!
Siente que se le hiela el alma. ¿Qué?
—¿Crees que no lo sé? -continúa la figura-. Solo eres un pedazo
de carne sin vida. ¡No vales nada!
La obliga a girar muy rápido y la empuja sirviéndose del
movimiento. Mientras ella sigue en el suelo, asustada, sisea:
—Levántate.
Como si se tratase de un imán, vuelve a las garras del animal, que
se acerca a su oído y le susurra:
-No puedes esconderte. Todos saben lo que yo sé. Eres débil, no
eres nadie, no vales nada. Tu existencia es tan solo una burla del
universo.
—¿Quién eres? -pregunta ella, llorando-.
Su acompañante la inclina alcanzando un haz de luz y allí, entra
luces y sombras, reconoce su propia imagen.
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