¡Saludos, aprendices!:
Hoy inauguramos LA SECCIÓN y, ya que estamos de estreno, me gustaría
emplear el texto de esta semana en compartir con vosotros una de las
primeras lecciones que he aprendido a la hora de ponerme a escribir
esta página del cuaderno:
Escribir no es fácil —ya está, ya lo he dicho—. Por lo general se
tiene una visión del escritor como ser iluminado, como ser dotado
del don de la palabra que, sin dificultad alguna, es capaz de
acumular a su alrededor rimeros de folios —usados, claro— y
seguir, y seguir, y seguir escribiendo, por los siglos de los siglos.
Yo he tenido que convencerme de que esto es mentira.
Mi tendencia natural hacia lo ideal y lo poético hace que una gran
parte de mí se sienta atraída por esa imagen. Siempre he asociado
la escritura a la capacidad innata, a la experiencia trascendente, a
la máquina de escribir antigua, a la inspiración, a la bohemia, a
París. El problema es que si pienso así, no escribo.
Mi realidad es que ni tengo una máquina de escribir antigua, ni vivo
en París, ni nada de nada. Simplemente soy una persona a la que le
gustaría escribir —ni siquiera me meto en el campo de «ser
escritora»—. He escrito algún relato, pero casi siempre ha sido
cuando ella me ha visitado, y soy consciente de que pretender que
la inspiración me envíe una musa cuando yo quiera, que viva
experiencias trascendentales cada día o que las palabras acudan a mi
mente de manera casi inconsciente durante un año es, cuanto menos,
algo ingenuo por mi parte.
Ante este problema la única solución que se me ocurrió fue cambiar
mi visión: el escritor es un currante. Mucho menos interesante, lo
sé. Sin embargo, al desmitificar el oficio me ha sido más fácil
lanzarme al trabajo. Aunque sigue siendo difícil, ahora depende de
mí. Ya no es la inspiración la que tiene que venir, ya no tengo que
estar iluminada. Solo
tengo que abrir mis sentidos y capturar esas imágenes,
personajes e historias que están ahí —en el autobús de
vuelta a casa, en la panadería de abajo, en el café del centro—,
llegar a mi habitación, encender el flexo y ponerme a currar.
¿Qué pensáis vosotros, aprendices?, ¿sois de la idea del escritor
iluminado o del currante?, ¿tenéis algún consejo que queráis
compartir?
¡Hasta la próxima!
Totalmente de acuerdo contigo. Es posible la inspiración divina en un momento puntual, momentos que nos pueden cambiar la forma de ver muchas cosas que antes veíamos de la manera que más nos convenía. Todo eso puede ser muy bonito, pero la realidad es que las cosas sólo las consigues con mucho trabajo, perseverancia y constancia. Además, en mi opinión esos trabajos, esos resultados de un esfuerzo constante, es la mayor recompensa que un trabajador puede tener.
ResponderEliminarUn saludo.
¡Hola!
EliminarMuchas gracias por compartir tu opinión con el resto de aprendices. Yo también pienso que el fruto de tu esfuerzo es después una de las mayores recompensas que se puede tener.
Un saludo y ¡a trabajar! ;)
Yo si te soy sincero, creo en ambos. Soy alguien de audiovisuales y de escribir, y tanto a la hora de relatar un guión como de escribir un texto uno no puede pretender que se le abra el buzón de correo y le llegue el paquete de inspiración, toda acumulada ahí para ser utilizada. A mí la inspiración me viene a ratos, y como bien dices me pilla en el autobús, en clase y en muchos otros sitios (xD) en los que no puedo darle uso. Lo que hago es apuntarme lo que se me ocurra, para luego a la hora de grabar el videoblog, escribir el guión o lo que sea, acordarme. Pero ante todo, hay que currar. Escribir es ser currante.
ResponderEliminar¡Hola, Asier!
EliminarEs muy buen consejo ese de apuntar las ideas que vienen cuando no puedes darles uso. En cuanto lo he leído me he bajado al todo a cien y me he comprado una libreta "de bolsillo" para que no se me escapen :)
Muchas gracias por tu comentario y consejo,
¡Un abrazo!