3 de septiembre de 2014

Anagrama de amor


 ¡Hola, aprendices!

Hoy os traigo el fragmento de un relato reciclado. Su versión extendida se titula “Y para ti, la lluvia”, y ya que ayer septiembre nos regaló una tormenta nocturna y el placer de dormirse escuchando el sonido de la lluvia, he decidido publicarlo hoy.
      Es un relato al que le tengo especial cariño por todo lo bueno que me ha traído. Lo presenté hace un par de años al concurso literario de mi instituto y quedé primera, pero no fui la única. Tuve el honor de compartir posición con la que considero una gran escritora y, a partir de entonces, amiga, Carlota I. Lifante Baeza, que presentó su magnífico relato "El hombre que detectaba el aliento de un corazón". Así que ya veis, gané mucho más que un concurso con este relato.
     Esta versión es uno de mis fragmentos favoritos del texto. Ya que no está entero y el final no es el mismo, titularé esta versión “Anagrama de amor”. Espero que os guste:


-Anagrama de amor-

Un café dio paso a una tarde en el cine; una tarde en el cine, a una cena ; y una cena, a un beso. Un beso bajo la lluvia, que había marcado ese invierno con su frío aliento. Fue tan sencillo y a la vez tan complejo como el agua que se evapora del mar hasta finalmente formar grandes nubes en el cielo: simplemente fluyó hasta que alcanzamos un estado de ingravidez tal como el de las nubes, y ahí, flotando, le dije por primera vez que la quería.

Empezó entonces la mejor época de mi vida. Cada día con ella era una aventura nueva. Descubría lugares que no conocía de mi propia ciudad, aprendía de sus historias, de su forma de mirar el mundo, de su forma de sentir...

Recuerdo especialmente aquel onírico verano de 2012. Fuimos de  vacaciones a Roma. El hechizo de su voz, de sus ojos y su pelo brillando bajo la luz del sol dorado, el encanto de la ciudad... No podía ser de otra forma allí, en Roma. Cada tarde caminábamos tanto  como nuestros pies podían soportar mientras veíamos las emblemáticas construcciones romanas o disfrutábamos del mejor gelato que la ciudad nos ofrecía, y sin embargo, lo mejor de aquel viaje fueron, sin lugar a dudas, las noches. Pasamos todas y cada una de las noches sin dormir: hablando. Hablamos con el cuerpo: con las manos, con los labios, con la piel... , hablamos con palabras: hablamos de arte, de viajes, de filosofía, de música, de amor... Me sentía como el sultán Shahriar cuando ella hablaba, cuando hablaba mi propia Sherezade... Para mí, Roma con ella era el anagrama de amor.


Espero que os haya gustado y, si os animáis a comentar, responderé lo antes posible :) Como dije en Y llegó septiembre, retomaré el calendario de publicación habitual dentro de poco. Hasta entonces, aprendices. Un abrazo.


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