9 de julio de 2014

Con un par de cajones


¡Hola, aprendices!

Cumpliendo con el calendario estival de Mi cuaderno os traigo una nueva página. Esta vez he tratado de hacer una caricatura de mí misma con mucho humor, que hay que reírse de todo en esta vida, y más de uno mismo. Supongo que más de un( ) se sentirá algo identificad( ), sobre todo en época de exámenes; ya me contáis en los comentarios. Sin más, espero que os guste:



-Con un par de cajones-

«Tengo que poner orden en mi vida», piensa Alba mientras —no— disfruta de la panorámica de su... bueno, de donde duerme y estudia. Apenas puede distinguir un metro cuadrado de suelo porque los pantalones, calcetines, camisas y bragas se disputan cada área mínima aún por conquistar —los privilegios del picaporte y de la estantería les están reservados a los sujetadores, claro—. En la mesa ocurre un tanto de lo mismo, pero son en este caso los bolígrafos, lápices, folios y libros los que libran la épica batalla.
Alba se abre paso a través de la maleza textil y consigue llegar a la montaña de mantas y ropa —más ropa— que ocupa su cama. Quiere tumbarse, así que recurre a la ancestral técnica comúnmente conocida como “de la cama a la silla y de la silla a la cama”, en la que ha adquirido un grado de perfeccionamiento sumo a lo largo de los años.
Tumbada, empieza a analizar el problema. Es una cuestión compleja; ha intentado ponerle solución al asunto en más de una ocasión —el último intento, recuerda, fue hace dos meses—, pero, no sabe cómo, siempre fracasa. Sigue pensando. Sigue pensando. Sigue pensando. «¡Una cajonera!», piensa. Ya está, una cajonera. Eso es exactamente lo que necesita. No es que ella sea desordenada, es que le falta espacio para ser ordenada, así que inmediatamente se pone una camiseta limpia —cree—, unos pantalones, se calza sus zapatillas y baja a los chinos de su barrio.
En diez minutos ya ha llegado a casa con la solución a su problema y, sin dilación, se pone manos a la obra, y vaya obra. Se pasa toda la tarde moviendo cosas de aquí para allá: el pantalón azul al armario, el libro de literatura a la estantería, el portátil a su nueva cajonera, el chocolate a la cocina, la esponja al baño —¿la esponja?—...
Exhausta, aturdida y maloliente se apoya triunfante sobre una de las jambas de la puerta y, ahora sí, disfruta de la panorámica de lo que orgullosamente puede llamar “habitación”. Para celebrar el acontecimiento y estar en consonancia con el ambiente decide darse una merecida ducha. Coge algo de ropa limpia de su ordenado armario y pone rumbo al baño, habiendo tirado antes la camiseta sucia sobre el escritorio y los pantalones al lado de la cama.
La batalla ha comenzado, de nuevo.


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