¡Hola, aprendices!
Hoy os traigo un nuevo relato que he escrito recientemente. Por una parte ha sido una historia de esas
que “se escriben solas” (de hecho, hacía tiempo que no escribía
nada tan largo y, dado que es bastante extenso, lo publicaré en tres
partes). Por otra, creo que peca de poca verosimilitud. Ya me
contaréis vuestra opinión en los comentarios. Espero que os guste:
-El viejo carpintero y la joven de ojos tristes (I)-
«Vemos todo lo que miramos pero no miramos todo lo que vemos»
José G. Moreno de Alba
Desde que dejó el taller dos años atrás, su vida discurría por el
tranquilo cauce de la costumbre. Nada ni nadie perturbaba al viejo
Martín. Por la mañana desayunaba tostadas y café en “La
colmena”, donde leía el periódico hasta el mediodía. Después se
retiraba a casa, comía y se echaba la siesta hasta las seis. De seis
y media a ocho había hecho suyo el banco de madera situado delante
del pino de la plaza mayor, enfrente de la fuente, donde leía una de
las muchas novelas que le había dejado su esposa, amada; era su
manera de estar con ella. A las ocho volvía a casa, cenaba y se
acostaba. El ritual se repetía una y otra vez con la precisión del
mecanismo de un reloj, pero todo reloj se para en algún momento.
Un día Martín estaba inmerso en su lectura cuando, de repente,
alguien se sentó a su lado. ¡Qué ultraje! ¿Es que no había más
bancos en la plaza? Si había un momento sagrado para él durante
toda su jornada era ese, y por primera vez en dos años lo habían
interrumpido. Al girarse para averiguar quién —cojones— se había
atrevido a molestarlo se encontró con los ojos tristes de una joven.
Su mirada vacía se perdía entre las palomas que revoloteaban a los
pies de la fuente. Su postura era la de una persona abatida: sus
extremidades, rendidas, se dejaban vencer por el peso de la gravedad
sin ningún tipo de resistencia —las piernas estiradas una encima
de la otra, los brazos sobre el regazo— y su torso encorvado
parecía escurrirse desde el respaldo del banco. Reflejado en la
joven de ojos tristes, Martín se vio a sí mismo muchos años atrás,
cuando aún no había conocido a Eva, la que más tarde se
convertiría en su esposa, amada.
La joven de ojos tristes se levantó y deambuló por la plaza,
extrajo una cámara de su bandolera y sacó algunas fotos, pero lo
que extrañó al hombre es que la joven de ojos tristes solo
capturaba puertas en sus instantáneas. ¿Por qué lo haría? ¿Qué
buscaba tras ellas: un nuevo comienzo, un viejo final quizás? A
Martín le pareció que buscaba una salida, una escapatoria, porque
él mismo la había buscado hacía ya tanto tiempo.
Continuará...
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