17 de septiembre de 2014

Laocoonte, sus hijos y yo


¡Hola, aprendices!:

Esta semana os traigo un relato basado en la escultura “Laocoonte y sus hijos” y el mito que hay detrás de tan imponente obra. Siempre me ha suscitado algo. La considero una escultura bella, potente, sublime. Me inspira.
Decidí investigar sobre quién era Laocoonte, y así fue cómo descubrí que era un sacerdote troyano que advirtió a los mismos de que no aceptaran el famoso caballo, ya que podía tratarse de una trampa del astuto Ulises. Por una serie de razones, esto encolerizó a Atenea, por lo que envió a las serpientes. Los troyanos aceptaron el caballo pensando que si no lo hacían también serían castigados, y así cayó Troya. ¿Interesante, verdad?
Espero que os guste mi reescritura de una parte del mito. Os espero en los comentarios:

-Laocoonte y sus hijos-

Laocoonte auguraba su destino. Entre gemidos y fríos sudores escuchaba la voz de la diosa Atenea. Estaba furiosa y su inquina se confundía entre letales siseos. El sacerdote presentía el avance viscoso de las serpientes sobre el agua, el imparable reptar hacia sus presas, sus afilados colmillos supurando veneno, sus ardientes ojos sedientos de muerte... Pero no era solo una intuición.
El aullido desesperado de su primogénito lo arrancó de las garras de Morfeo y se precipitó hacia el aposento de sus hijos. La trágica escena sumió al padre estremecido en un profundo horror. Laocoonte presenció a sus niños cubiertos de sangre tratando de escapar del abrazo de los ofidios y contempló las manchas negras de ponzoña en sus carnes, que estaban siendo desgarradas por los reptiles entre gritos de terror y súplicas de clemencia.
–¡Padre, ayúdame! –chilló el menor alargando la mano hacia su padre e intentando clavar sus pequeñas uñas en el frío mármol.
Laocoonte, ciego de ira y dolor, se abalanzó sobre las serpientes con la única ayuda de sus propias manos. El hombre contra las bestias. Una batalla digna y sublime. Cada músculo, cada fibra, cada tendón en tensión participaban en la agonía de un padre que, en su interior, sabía que sus pequeños perecerían con él.
El humano intentaba desprenderse de los anillos escamosos con gran fuerza y valentía, el sacerdote imploraba la intervención divina, pero no habría ayuda ni nepente para él y los suyos, y Laocoonte bramó a los cielos cuando el veneno se inyectó por fin en su costado izquierdo. Con la mirada perdida en la inmensidad del celeste y una lágrima hecha de honor y tormento, el padre se desplomó sobre sus rodillas, rendido y rodeado por los cadáveres de sus hijos. 
Antes de la completa expiración de su existencia, su asesina reptó por su cuerpo, lenta, fría, maligna, y le susurró al oído:
–Troya caerá con vosssotrossss.
        Y, así, murió Laocoonte.




4 comentarios:

  1. Muere hasta el apuntador, ya que la reescribes podrías dar algo de esperanza no?
    Tu vecino más próximo.

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    1. Prefería ser fiel al mito. Esta vez el reto lo he centrado mucho más en la forma que en el contenido, pero es una sugerencia interesante. Muchas gracias por comentar!

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  2. Precioso. Sigue escribiendo acerca de la mitología clásica y así podremos recordar y aprender sobre este tema tan interesante y con tantísimo doble sentido.
    Tu fan número uno ��

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    1. Muchas gracias! Puede que repita con la mitología. Ya veremos en un futuro :)

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